Sembrar el petróleo, por Arturo Uslar Pietri
Hoy después de la caída histórica de los precios del petróleo a nivel internacional, es oportuno traer a la memoria las palabras del insigne Artulo Uslar Pietri, respecto al oro negro y sus propuestas para Venezuela, después de más de un siglo de economía petrolera ¿será que habremos aprendido la lección?
Publicado el 14 de julio de 1936, Diario Daraqueño Ahora.
Cuando se
considera con algún detenimiento el panorama económico y financiero de
Venezuela se hace angustiosa la noción de la gran parte de economía
destructiva que hay en la producción de nuestra riqueza, es decir, de
aquella que consume sin preocuparse de mantener ni de reconstituir las
cantidades existentes de materia y energía. En otras palabras la
economía destructiva es aquella que sacrifica el futuro al presente, la
que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a la
cigarra y no a la hormiga.
En efecto,
en un presupuesto de efectivos ingresos rentísticos de 180 millones, las
minas figuran con 58 millones, o sea casi la tercera parte del ingreso
total, sin numerosas formas hacer estimación de otras numerosas formas
indirectas e importantes de contribución que pueden imputarse igualmente
a las minas. La riqueza pública venezolana reposa en la actualidad, en
más de un tercio, sobre el aprovechamiento destructor de los yacimientos
del subsuelo, cuya vida no es solamente limitada por razones naturales,
sino cuya productividad depende por entero de factores y voluntades
ajenos a la economía nacional. Esta gran proporción de riqueza de origen
destructivo crecerá sin duda alguna el día en que los impuestos mineros
se hagan más justos y remunerativos, hasta acercarse al sueño suicida
de algunos ingenuos que ven como el ideal de la hacienda venezolana
llegar a pagar la totalidad del Presupuesto con la sola renta de minas,
lo que habría de traducir más simplemente así: llegar a hacer de
Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del
petróleo, nadando en una abundancia momentánea y corruptora y abocado a
una catástrofe inminente e inevitable.
Pero no sólo
llega a esta grave proporción el carácter destructivo de nuestra
economía, sino que va aún más lejos alcanzando magnitud trágica. La
riqueza del suelo entre nosotros no sólo no aumenta, sino tiende a
desaparecer. Nuestra producción agrícola decae en cantidad y calidad de
modo alarmante. Nuestros escasos frutos de exportación se han visto
arrebatar el sitio en los mercados internacionales por competidores más
activos y hábiles. Nuestra ganadería degenera y empobrece con las
epizootias, la garrapata y la falta de cruce adecuado. Se esterilizan
las tierras sin abonos, se cultiva con los métodos más anticuados, se
destruyen bosques enormes sin replantarlos para ser convertidos en leña y
carbón vegetal. De un libro recién publicado tomamos este dato
ejemplar: «En la región del Cuyuní trabajaban más o menos tres mil
hombres que tumbaban por término medio nueve mil árboles por día, que
totalizaban en el mes 270 mil, y en los siete meses, inclusive los
Nortes, un millón ochocientos noventa mil árboles. Multiplicando esta
última suma por el número de años que se trabajó el balatá, se obtendrá
una cantidad exorbitante de árboles derribados y se formará una idea de
lo lejos que está el purguo». Estas frases son el brutal epitafio del
balatá, que, bajo otros procedimientos, hubiera podido ser una de las
mayores riquezas venezolanas.
La lección
de este cuadro amenazador es simple: urge crear sólidamente en Venezuela
una economía reproductiva y progresiva. Urge aprovechar la riqueza
transitoria de la actual economía destructiva para crear las bases sanas
y amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será
nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor
renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y
estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales. Que en
lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un
pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su
súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo
venezolano en condiciones excepcionales.
La parte que
en nuestros presupuestos actuales se dedica a este verdadero fomento y
creación de riquezas es todavía pequeña y acaso no pase de la séptima
parte del monto total de los gastos. Es necesario que estos egresos
destinados a crear y garantizar el desarrollo inicial de una economía
progresiva alcance por lo menos hasta concurrencia de la renta minera.
La única
política económica sabia y salvadora que debemos practicar, es la de
transformar la renta minera en crédito agrícola, estimular la
agricultura científica y moderna, importar sementales y pastos, repoblar
los bosques, construir todas las represas y canalizaciones necesarias
para regularizar la irrigación y el defectuoso régimen de las aguas,
mecanizar e industrializar el campo, crear cooperativas para ciertos
cultivos y pequeños propietarios para otros.
Esa sería la
verdadera acción de construcción nacional, el verdadero aprovechamiento
de la riqueza patria y tal debe ser el empeño de todos los venezolanos
conscientes.
Si
hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica
lanzaríamos la siguiente, que nos parece resumir dramáticamente esa
necesidad de invertir la riqueza producida por el sistema destructivo de
la mina, en crear riqueza agrícola, reproductiva y progresiva: sembrar
el petróleo.
Arturo Uslar Pietri
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